LA MONJA DE LA CATEDRAL DE DURANGO
Una noche de desvelo como cualquier
otra, escuche las puertas de la catedral retumbar levemente, por suerte iba
apenas rumbo al campanario, cuando abrí las puertas, vi con asombro que era el
soldado que llenaba mis ojos de alegría, herido y apunto de desfallecer, cuando
de su garganta salieron palabras apenas reconocibles: ¡Ayuda por favor!
Sin saber cuál era el peligro que lo
acechaba, lo lleve al campanario, lo cuide pues tenía conocimientos de
enfermería y lo escondí de todas las monjas, a los pocos meses estábamos
enamorados el uno del otro, mi amado Fernando era mío y de nadie más, bueno
talvez solo de alguien más, del regalo que llevaba en mi vientre.
Una noche, mi amado Fernando me dijo
que iba a encontrarse con su pelotón cerca de lo que hoy es santa bárbara, me
dijo que regresaría por nosotros, que íbamos a partir a Francia, donde no
habría más problemas, nadie me vería mal y viviríamos felices como una
familia.
En las noches de luna llena salía al
campanario a esperarlo, hasta que un día creí ver entre las sombras a mi amado
Fernando, le empecé a gritar y a hacerle señas, emocionada hasta las entrañas
resbale del campanario y caí de 30 metros de altura.
Más de 150 años después, sigo viviendo
ese día cada luna llena, buscando al hombre al que jure esperar por siempre, ese
es mi castigo por amar a un hombre sobre dios, me arrepiento de haberlo
encontrado, de haberlo esperado, no
imaginan lo terriblemente escalofriante que es para mí revivir mi muerte
todo el tiempo y tener que hacerlo
mientras la gente me ve.
Mi nombre Beatriz se va diluyendo en
el tiempo, ahora la gente me nombra, la monja de la catedral de Durango.
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